sábado, 16 de agosto de 2008

Capítulo 2

Y cuando la encontró muerta sobre el suelo, profirió un gemido de dolor. Su preciosa. Su amada. Su cómplice y fiel amante. No lograba posar su mirada en aquellos ojos azules, abiertos pero sin mirar.
Se alejó del cadáver, incapaz de mantener la vista fija en ningun lugar. Pero la horrida imágen no desaparecía: En su mente, revivía una y otra vez el doloroso momento en que por vez primera posó la mirada sobre su más sagrada posesión.
Y entonces...
De la nada, lo supo: La había perdido. Se había ido por siempre a un lugar a donde él no la podría seguir. Y de donde él jamás podría traerla de vuelta. Ese era el fin: No podía ir con ella esta vez. Esta vez no habría regreso.
Sacó su teléfono y marcó un número. Il Risstorante. No habría cena; no en la mesa 15, la mejor mesa. Una lágrima solitaria resbaló por su rostro.

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